Esta pregunta sonó en mi cabeza, a propósito de los 488 años de la Ciudad Blanca, la hidalga y bellísima capital caucana, a la que llegué siguiendo el recorrido de la carrera militar de mi padre. No nací en Popayán, no soy de familia payanesa tradicional, no tengo antepasados de “cuna” payanesa ni mis apellidos (en ninguna parte de mi árbol genealógico) son Valencia, Mosquera, Simmonds, ni Chaux…
Por: Ariadne Villota Ospina
Soy chaparraluna, tolimense, y me siento orgullosa de ello, jamás negaré mi amado terruño; sin embargo, mentiría si dijera que, por no ser payanesa, no siento nada por esta ciudad. Al contrario, llevo a Popayán en el alma y, me atrevo a decir, que la quiero más que muchos oriundos de este lugar.
Siempre he pensado que uno genera afecto hacia las ciudades como sucede con las personas y, en parte, ello depende del tiempo, de las relaciones y de las experiencias vividas.
Cómo no querer y valorar una ciudad de tanta tradición como Popayán, porque si bien no podemos vivir en el pasado, tampoco lo podemos olvidar y la historia le da a esta ciudad un lugar protagónico en el devenir y avance de la sociedad colombiana.
Cuna de presidentes, poetas, artesanos, escritores y músicos, los payaneses llevan en su sangre una vena política y artística innegable, una cultura que la hace grande y que sigue viva, resistiendo los embates de la posmodernidad.
Y su maravillosa arquitectura colonial es un regalo diario para quienes aquí vivimos, sus edificaciones blancas, sus casonas con inmensos patios internos y bellos balcones, sus faroles que iluminan con nostalgia las calles; cada lugar y cada recodo encierra historias fantásticas que surgieron en épocas de la conquista española, del período de colonia y, por supuesto, de la independencia. Allí nacieron mágicos relatos que se transmiten de generación en generación y que cambian y tomas matices con los años, al mejor estilo macondiano.
Imposible no admirar sus iglesias, su legado religioso y su espiritualidad. Su Semana Santa, marcada por las procesiones centenarias reconocidas por la Unesco como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Una tradición que corre por las venas, que nace en lo más profundo del ser patojo, en su esencia, en su alma.
Su gastronomía también conquista corazones y paladares. Sus tradicionales tamales y empanadas de pipián, los aplanchados que engolosinan al más reacio; el salpicón de Baudilia, el manjar blanco y los más variados dulces que son una verdadera pócima de felicidad.
Son muchas las razones por la que esta ciudad es especial.
Aún en pleno siglo 21, Popayán es un buen vividero. Todavía la mayor parte de las cosas quedan “cerca”; hay tantos conocidos que a veces es difícil no parar en las calles a dar un buen saludo o un abrazo. Muchos pueden ir a sus casas al medio día para almorzar y hasta hacen siesta. El tiempo alcanza para dejar y recoger a los niños en los colegios; se pueden hacer trayectos a pie, cuando no hay otro transporte o se quiere recorrer la ciudad y es común ponerse citas entre amigos para tomar un café o una cerveza al terminar la tarde o la jornada laboral.
Muchas ventajas en una sociedad cada vez más caótica.
Sin embargo, lamentablemente la Ciudad Blanca no escapa a los problemas que hoy embargan a muchas capitales de departamento y aunque todavía es considerada una ciudad “mediana”, de provincia, ha venido padeciendo los grandes males de otras ciudades. Inseguridad, desempleo, caos vehicular, atraso en infraestructura, invasión del espacio público y, por supuesto pobreza y subdesarrollo.
Esta realidad que parece cada vez más compleja, nos agobia y sin duda opaca mucho de ese inmenso potencial que tiene Popayán. Y es que cada vez los problemas parecen crecer y no se vislumbran salidas o acciones efectivas, muy a pesar de las promesas que se repiten en cada época electoral.
No han sido suficientes las políticas y lineamientos administrativos (de cada mandatario de turno), ni los esfuerzos del sector privado y de otras organizaciones que parecen pequeños oasis en medio de un desierto.
Y vuelvo a la pregunta, ¿qué sientes por Popayán? Porque es precisamente por el afecto que le tengo a esta ciudad que duele no ver un derrotero claro para recuperar a la ciudad y mostrarle al mundo todo lo que tiene y ese potencial que la hace única y maravillosa.
Por supuesto que es un tema de gobernabilidad, pero más allá, ¿qué hacemos por la ciudad los que vivimos en ella y la queremos?
Y es que sin dejar de lado la responsabilidad que tiene el gobierno local y, los gobiernos departamental y nacional, en la implementación de políticas, planes y proyectos para la solución de los problemas sociales y el mejoramiento de la calidad de vida de su población, la ciudadanía juega un rol fundamental que parece se nos ha olvidado.
¿Qué pasa con nuestra cultura ciudadana? Con ese compromiso de ciudad que nos debe llevar a revisar nuestras acciones diarias.
¿Cómo manejamos o nos portamos en las vías? ¿Cuál es nuestro comportamiento como peatones? ¿Cuidamos nuestros recursos naturales? ¿Respetamos las normas de convivencia? ¿Manejamos adecuadamente la basura que generamos en casas y oficinas? ¿Cuidamos los espacios públicos? ¿Valoramos el patrimonio arquitectónico? ¿Tomamos medidas para evitar el impacto a nuestro medio ambiente?...
Qué bueno sería que cada uno comenzara con pequeñas acciones y que pronto se volviera un ejercicio y objetivo común, que nos permita crecer como personas y también como comunidad. Que empiece a generar un distintivo y marca de ciudad, un movimiento de cultura y de amor por la ciudad donde, al mejor estilo del juego de la “pirinola”, todos pongamos y todos ganemos.