En el jardín hay pájaros, gatos. Pero, también, en una ocasión, una ardilla, un hurón. En un jardín no se está solo
-Marguerite Duras

Narradora: Ismenia Ardila Díaz
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Está de moda regalar plantas, desde las populares suculentas hasta las hermosas orquídeas. Cuando una planta llega a tu mundo te ofrece la oportunidad de repasar los retos de la vida. Puedes “morir en el intento” o volverte fanático de ellas.

La jardinería siempre estuvo en mi círculo familiar: mi madre y mi abuela, siempre atareadas sacaban el tiempo para sembrar, podar, limpiar, abonar y organizar sus plantas favoritas en el jardín de la casa, siempre diverso y florecido. Entonces les oía decir sin comprender, de quienes “tenían buena mano” y lograban que las maticas avanzaran bellamente o de quienes tenían “energía pesada que las dañaba”.

Con el paso del tiempo descubrí el sentido de estas expresiones y el aprendizaje valioso de apostarle a tener un jardín. La pandemia del Covid fue mi mayor cómplice para descubrirlo, gracias a la obligada estadía en casa que nos devolvió la mirada hacia los espacios más íntimos, el valor del autocuidado y la conciencia ambiental. Mi amor por las plantas creció, logré un mayor tiempo y espacio para organizarlas en la terraza y al interior de la casa, incluyendo algunas de huerta; enfrenté los miedos y aprendizajes de su cuidado, coseché tomates, arvejas, cilantro y albahaca en medio de flores multicolores, haciendo de esta una deliciosa terapia, advirtiendo luego que en el vecindario como en muchos lugares del mundo, nacieron nuevos jardines que florecieron hogares y aportaron un valor agregado a sus vidas y familias.  

En este tránsito conecté mi pasión por la jardinería con mi propia salud y los efectos de placebo y de sanación. Después empecé a relacionar mi experiencia con el estudio de temas también de moda como la bio descodificación y las constelaciones familiares, en ese volver a nuestras raíces, a conectar con la tierra, con nuestros orígenes  y el ciclo mismo de vida.

Cultivando mi jardín comprendí por ejemplo, que cuando mi madre salió a vivir a la ciudad, construyó su pequeño refugio siempre florecido de orquídeas, recreando en este pedacito de tierra en la urbe la memoria de sus orígenes y un espacio de conexión espiritual que disfrutó hasta morir y nos legó gratamente.

Como le digo hoy a las amigas que preguntan o no se animan a cuidar plantas o tener un jardín: La relación con ellas es algo muy personal y particular que te da una perspectiva de la vida. Empiezas con una pequeña planta que te regalaron  o compraste en el vivero para decorar la casa y si no sabes cómo cuidarla, te ves obligada a indagar y seguir de cerca su ciclo de vida y acoplarla al entorno inmediato. Aprendes entonces a observar su naturaleza, su ritmo y tiempos, como los ciclos de nuestra vida misma, creciendo, enfermando, floreciendo, dando fruto, muriendo o renaciendo en una experiencia valiosa.

Desde la perspectiva científica, cuando cuidas las plantas activas tu sistema nervioso parasimpático, que permite la calma y la restauración física, porque te ayuda a reducir la ansiedad, la depresión y el estrés, logrando una sensación de paz y bienestar. En el jardín pierdes la noción del tiempo, te conectas de una manera especial con la naturaleza  sin necesidad de hablar, en un diálogo espiritual de preguntas y retos, cultivando la paciencia y la resiliencia.

Cada planta que se siembra o nace, aún en medio de una agitada calle es una ilusión que nace como una apuesta nueva de vida que quiere florecer, crecer, perdurar y requiere algo más que agua y sol para desarrollarse. Cultivar el jardín, donde nunca estás solo porque suelen visitarte pájaros, mariposas, colibrís y gusanos, aprendes a conectar con tus propios ciclos de vida, el valor de abonar y podar para un mejor vivir.