Lo único que atinó a decir al final del día, al repaso del ciclón de acontecimientos que le rodearon las últimas dos semanas y que tuvieron su dolorosa cúspide  fue -- “Claro, tenía que ser en año bisiesto y martes trece”, fecha de grandes fobias y agüeros populares.

Y no porque fuera un tanto supersticiosa, sino porque era otra extraña coincidencia de la vida: lo que empezó hace 25 años como un corto amor apasionado, rodeado de intrigas, oposiciones y riesgos, terminó ahora casi igual.

Entonces se atrevió a pensar que hasta el extraño cruce de ese gato negro en la mañana al salir de casa, podría ser augurio del más confuso y triste día, la cúspide del carrusel de emociones de los últimos quince. --¿Cosas del destino? Se preguntó también, no pudo evitarlo --¿tristes coincidencias de la vida?

Esa le pareció la noche más fría que las más frías del  invierno de diciembre. Le caló en los huesos y alimentó el dolor del alma a flor de piel. Por más que se puso medias, guantes, saco y hasta gorro, no pudo calentarse. Era un frío de muerte, por supuesto y pensó: --es el frío de duelo, tal vez el duelo más fuerte de todos los duelos de su triste vida amorosa.

A sus 50 años, acababa de vivir la más dolorosa experiencia de amor de su vida, porque a estas alturas de la vida, sentirse y comportarse como adolescente duele por los mismos hechos y por las culpas que te echas encima: -- te das látigo y no te perdonas la cadena de errores y el mismo final: soledad y tristeza.

Acababa de repetir la historia con el mismo hombre que hace 25 años le arrebató la calma y la desplazó del pequeño mundo que apenas empezaba a construir. 25 años después queriendo cerrar una herida abrió otra tal o más dolorosa.

En aquel tiempo, no fueron más de cuatro meses, como ahora. Un corto e intenso amorío que terminó entre amenazas y dolores.

Jugando al riesgo

Una chica regresa a su pueblo de origen y se encuentra con un extraño que llega trasladado  al lugar por castigo, a cumplir una misión de seguridad en tiempos de intenso conflicto armado, como tantos pueblos de este país.

Una joven contestataria y entusiasta que ni sabía en qué se diferenciaba uno u otro rango de un miembro de la fuerza pública, acepta  los galanteos de un  atractivo piloto  y termina metida en medio de dos fuegos. A la novedad de esta sorpresiva relación se sumó que no sólo se volvió la envidia de algunas damas del pueblo que vieron en el  galán un interesante “partido” y atacaron con chisme `ventiao’, sino que su actitud fue tomada como un verdadero ‘desafío’ a los grupos guerrilleros que operaban en la zona.

No fue entonces la excepción que tuviera que ‘rendir cuentas’ a los comandantes por aceptar su cortejo, acompañarlo a misa y las fiestas del pueblo. Entonces era costumbre que las inversiones oficiales y los problemas cotidianos terminaran discutiéndose frente a los líderes de la insurgencia.

Las circunstancias le plantearon un verdadero desafío al régimen establecido y un día cualquiera un mensaje anónimo dejado por debajo de la puerta le daba plazo de cinco días para abandonar el pueblo. La sentencia estaba echada: salir o morir, como lo confirmó al día siguiente cuando otra chica que había sido amenazada fue asesinada a tiros al salir de su casa, sumando la ya larga lista de atentados de la época.

Sólo bastaron tres días para empacar la ropa y las ilusiones y salir en la complicidad de la madrugada a buscar refugio, dejando atrás un abrazo y un beso lagrimado, el miedo, el dolor y la ausencia de mamá y toda la familia, escuchando el murmullo ambulante de los chismes y la sorpresa de los amigos.

La despedida fue muy dolorosa. Con la paranoia alborotada y sentimientos encontrados, la joven abandonó sus proyectos y buscó ayuda para salir del país, desapareciendo del radar de todos. Para él las cosas no fueron diferentes: La tristeza del abandono llegó con atentados y hasta una queja en el comando central denunciado una presunta relación amorosa con una posible ‘infiltrada’ para conocer información reservada.

Ninguno volvió a saber nada del otro y pasó un buen tiempo para que pudieran superarlo. Tal vez nunca lo superaron, porque tendrían que pasar más de 20 años para que con la complicidad de una red social se reencontraran sorpresivamente y renovaran la amistad que los llevaría a otro doloroso final.

De nuevo volvió la magia: Gracias a las nuevas tecnologías de la información y comunicación, pudieron hablar de todo lo vivido, comentar sobre lo divino y humano, compartir frustraciones y soledades. En tres meses sus rostros se llenaron de vida y alegría, parecieron rejuvenecer con el dulce sentimiento que afloraba. A veces invadía la nostalgia de los recuerdos y otras, las decisiones y los caminos emprendidos.

Cada uno tenía una vida construida en la distancia, obligaciones, compromisos y la posibilidad de encontrarse de nuevo no fue posible. Cada vez que intentaron verse, algo se interpuso, repitiéndose un tiempo corto en una relación epistolar y secreta.

El destino parecía estar echado: Volvieron las  dificultades con el silencio de una sorpresiva crisis de salud del veterano. Todo estalló en mil pedazos cuando las huellas de las continuas conversaciones fueron motivo de sospecha y amenaza a una supuesta “usurpadora” en el seno de su familia, derivando toda clase de señalamientos, amenazas de agresión y escándalos, desatando una verdadera tormenta en sus vidas.

Coincidencias en el tiempo o no, la vida les permitió reencontrase virtualmente para saber el uno del otro y decir adiós para siempre.  La primera vez ella huyó poniendo tierra de por medio, confundida y temerosa de los riesgos como de un compromiso formal a hurtadillas y en contra de su  familia. La segunda, después de más de veinte años, aislados por la distancia, el tiempo y una vida distinta, dos personas maduras negadas a nuevos conflictos, sellaron su adiós con el silencio sepulcral.

Final de telenovela

Con final de telenovela, estos dos personajes estaban condenados a nunca estar juntos, ni siquiera volverse a ver de frente, ni a vivir alguna de sus fantasías y hacer realidad tanta palabra bonita, si es que era así.

En tan poco tiempo se esfumaron las largas conversaciones y volvieron las sombras sobre un recuerdo que iluminó la soledad de sus vidas. Atrás quedaron los planes de un feliz reencuentro para mirarse a los ojos, tomarse de las manos y fundirse en un beso alegre.

Vaya paradoja, ese martes trece, cuando todo se rompió en pedazos de nuevo, la Corte Constitucional del país avaló la figura del  fast track (vía rápida) del nuevo Acuerdo de Paz y quedó en firme el cese bilateral al fuego pactado por las Farc y el Gobierno Nacional. Entonces, muchos creyeron que historias como éstas no se repetirían más, porque el país pasaría a  un proceso de “reconciliación”.

Veinticinco años después en un año bisiesto permeado por dificultades, crisis económicas, terremotos, sequías e inviernos, un tiempo de locos se llevó también un fugaz sueño de amor.

Desde entonces a esta mujer le acompaña regularmente una nube de tristeza, una mezcla de frustración e incertidumbre sobre lo que habría podido ser. Lleva consigo la lucha para sanar un recuerdo doloroso, especialmente en las noches de desvelo cuando el celular vibra y vuelve la inquietud si eso tan bonito realmente podría haber sido o sólo fue producto de las fantasías juveniles que le robó la violencia y la misma muerte.